martes, 6 de marzo de 2012

Cuestión de color


Sam me trajo un bourbon con hielo, como a mi me gusta, con tres cubitos. Le pregunté por Herni, y me dijo que esta noche libraba.

Hoy el Café Society está más concurrido que de costumbre, y eso que he llegado pronto. Veo a Barney, el dueño, muy activo: va de aquí para allá sin descanso. En su ajetreo se detiene un instante en mi mesa par saludarme y decirme que esta noche “estará con nosotros Lena Horne”. Lena es una mujer por la que yo siento especial aprecio, quizá porque ella y Billie se entienden bien. Quiero decir que el éxito, el fracaso o la desgracia no empañan su relación de afecto. Me pregunté si eso tendría algo que ver con el color de su piel y la segregación racial.

No se, pero ese comportamiento humano, de unión en la felicidad y la tristeza, me hizo pensar en una conversación que tuve, de eso hace ya bastante tiempo, con el doctor Wikilson, que tenía, o quizá tenga aún, su consulta en el upper east side. Wikilson decía que entre las mujeres rubias y las morenas había una gran diferencia. Aseguraba que los cabellos rubios y morenos “son los dos polos opuestos del comportamiento humano”.

Wil era un tipo raro. Tenía un criterio extraño acerca de las mujeres. Sin embargo vivía de ellas. Entiendanme, no es que ofreciera sus favores sexuales a cambio de dinero a las mujeres neoyorquina de la alta aristocracia despechadas por sus maridos dedicados a los negocios. No. Wil no tenía cualidades para ello, ni mucho menos pretensiones. El doctor cobraba por hacer de confidente en unos casos y solucionar, en otros, el inconveniente que para algunas de estas señoras de la alta sociedad suponía quedarse embarazada de algún amante. Lo que solía ocurrir en horario de oficinas, es decir mientas el marido se encontraba seguramente dictando alguna larga y complicada carta a su secretaria. De esto vivía Wil, ginecólogo extravagante y algo loco, pienso.

Para el doctor las rubias eran el arquetipo de la feminidad, de la ternura, en el sentido de ñoñería, y la pasividad. En cambio las morenas eran todo lo contrario, representaban todas y cada una de las cualidades que se le atribuyen al hombre: virilidad, fuerza, valor, franqueza y acción. Creía incluso que las mujeres que se teñían el pelo de rubio terminaban imitando al color y se convertían en seres inservibles: frágiles muñecas que necesitan de todo (cariño, dinero...) y que eran incapaces de valerse por si mismas. Así pues su conclusión era que si el pelo moreno se imponía -de moda decía él- en el mundo, esa sería “la mayor y más importante revolución social jamás habida”.

Tiempo después otro doctor, de nombre Skreta, opinaba de igual manera que Wilkinson. Tales ideas, o despropósitos -mucho más extendidas de lo que pensaba- habían sido merecedoras de formar parte de una novela, o quizá estudio, escrita por un tal Milan Kundera. El doctor Skreta también era ginecólogo y pasaba consulta en un viejo y decrépito balneario invadido por mujeres en busca de aliviar no tanto sus dolencias como su mortal aburrimiento y apetencia insatisfecha.

Pensar es todo esto terminó por aburrirme a mi también. Acabé el güisqui y le hice una señal a Sam para que me sirviera otro. Mientras esperaba me puse a pensar en Vlady, la rubia escultural de mirada abrasadora a la que estoy esperando. Nos hemos ido a la cama varias veces y, francamente, no coincido ni con Wil ni con ese otro doctor del balneario. Los ginecólogos son como los ascensoristas, interesados en la conversación, pero ajenos a la gesticulación de las parejas a las que sube y baja

Por fin llega Sam con mi bourbon; en el escenario Lerna interpreta StormyWeather, y por la puerta aparece Vlady. La noche será larga.

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