viernes, 9 de marzo de 2012

La invitación

Esta mañana al despertarme sentí el cuerpo desnudo de Vlady junto al mío. El hecho me sorprendió, porque siempre cuando me despierto  estoy solo: ellas recogen sus cosas y sigilosamente salen de la habitación, es decir de mi vida. El único recuerdo que me dejan de su paso, y no siempre, son sus bragas debajo de la cama. Con  algo de nostalgia las añado al montón de ropa sucia que acumulo y que de tarde en tarde llevo a la lavar.

En la lavandería, la dueña recoge todas esas prendas íntimas, ya limpias, y las guarda para darla a alguna de esas asociaciones que se dedican a ayudar a los necesitados, y que ella conoce. La dueña del establecimiento es la única persona que sabe tanto como yo de mi vida sexual y del tipo de mujer que me frecuenta.

Al ir a por la ropa limpia, siempre me sonríe con algo de complicidad, y después me sugiere que vaya algo más a menudo, que no espere tanto, es decir, que no acumule tanta ropa sucia y maloliente en el apartamento. 

La observo y tengo la sensación de que espera algo de mi. Percibo un deseo en su mirada y expresión. El tipo con el que vivía la dejó embarazada y estuvo a punto de arruinarla antes de desaparecer llevándose todo lo que pudo, incluida la furgoneta de reparto. La llamada telefónica del director del banco la salvo de la hecatombe financiera, no así del parto. Ahora vive sola con su hija, y tiene una chica negra, como ella, de empleada en la lavandería.

Es una mujer atractiva, tremedamente atractiva, y se la ve feliz y con toda una vida por delante, pero demasiado joven para estar sola.

El otro día la propuse llevarla una noche al Café Society y presentarle algunos amigos y conocidos. La miré a los ojos y supe que llevaba tiempo esperando este momento.


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